Y es ahora cuando, tras perder esa costumbre y prácticamente haberla olvidado, una persona a la que siempre me dirigía con esas palabras antes de acostarme me hace recordarla de forma indirecta y, a la vez, reflexionar acerca de su significado.
No sé exactamente cuál sería la razón por la cual un día me fui a la cama sin la despedida de rigor. No sé por qué ahora me cuesta más expresar lo que siento hacia las personas que han estado conmigo desde el primer día de mi existencia, que me han dado tanto y que lo siguen haciendo. No sé por qué me cuesta si, además, son las que más se lo merecen.
Tal vez el crecer nos hace dar por hecho más cosas -y con mayor frecuencia- y ser más desagradecidos, como si la mayor parte de los factores y acontecimientos que caracterizan nuestra vida fueran banales.
Entonces es cuando me doy cuenta de la importancia de esas palabras y de lo necesario que es, a veces, despedir cada día deseándole lo mejor a las personas que están diariamente contigo -o presentes de alguna u otra forma- haciéndoles saber lo que significan para ti, lo agradecido que estás por tenerles a tu lado y que se vayan a la cama con esa idea bien clara en su mente.
Seguro que hemos echado de menos esa frase más de una noche...